domingo, 8 de noviembre de 2009

FAUNA MEDIÁTICA. CAPÍTULO PRIMERO

La atmósfera, más concretamente la próxima troposfera,

es el hábitat de las mariconas místicas,

que fluctúan entre el cielo y al tierra levitando como

arcángeles insustanciales sin encontrar su sitio. Pasan de

forma ininterrumpida por una inacabable metamorfosis,

tratando de suavizar sus rasgos inicialmente masculinos,

que de forma paulatina se van afeminando y finalmente

se pierden engullidos por ese aspecto asexuado de

memos traslucidos al borde del éxtasis. Son seres

semietereos siempre próximos a la transfiguración que

atrapados en la inopia deambulan enajenados,

negándose a un olvido sacrílego.

En la zona baja del sórdido entramado arbóreo,

comparten nicho ecológico con los micos aulladores,

las mariconas parlantes, estas cotorras practican su

verborrea fácil e hiriente a diario, sacando a relucir

los trapos sucios del famoseo sin ninguna compasión.

Es esta una canalla irreverente y malévola que

micciona sobre los sentimientos de la gente poniendo

al límite la paciencia del más cauto. Disfrazados

de periodistas, hablan, proclaman, inventan,

difaman y manipulan la información a su antojo,

hurgando en los entresijos de la privacidad,

extendiendo el hedor del cotilleo a horizontes

ilimitados, volcando sus frustraciones y su

falta de talento, en el despiece ético y estético del

sustrato que metabolizan. Carroñeros de vuelo

bajo que apestan por su insolencia y su procacidad,

pretenciosos que se creen coronados por la

lucidez de los sabios.

Patéticos quejicosos que medran en la

polvareda de la desinformación y súcubos que

vierten el vómito de la maledicencia, incitando a

la puja en esta subasta de excentricidades.

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